El colectivo Bedford avanzaba con pesadez por una picada en pleno desierto al sur de Catriel. Iba rumbo a Cutral Co con 35 obreros de YPF que conversaban animadamente sobre la jornada de trabajo recién terminada. Eran las 20:40 del 27 de enero de 1966, hacÃa calor, el sol caÃa sobre la meseta. El chofer Isax Astorga se detenÃa en cada puesto para levantar a trabajadores que volvÃan a casa. SubÃan con bultos de ropa y recipientes con agua. A nadie le llamó la atención ese pequeño tambor cubierto por arpillera que quedó cerca de uno de los asientos. Hasta que el bamboleo ocasionado por el camino irregular hizo que el contenido se volcara. Alguien encendió un cigarrillo y el colectivo se convirtió en una trampa de fuego que se cobrarÃa 14 vidas porque el tambor no llevaba agua, sino combustible.
Ningún hito ni acto recuerda esa tragedia ocurrida a la altura de Señal Picada. Cinco décadas después, "RÃo Negro" encontró a uno de los sobrevivientes y a los hijos del chofer. Contaron que Isax Astorga nunca pudo hablar del tema.
Imprudencia, falta de medidas de seguridad y precariedad se combinaron para ese resultado. Luego entraron en juego las distancias: recién tres horas después un hombre a caballo divisó el colectivo en llamas, y pasaron otras tres horas hasta que los heridos llegaron al hospital de Plaza Huincul.
"YO VI TODO"
Manuel Antonio Flores tenÃa 24 años y trabajaba en Perforación desde su ingreso a Yacimientos PetrolÃferos Fiscales en 1964. Sus ojos se humedecen cada vez que vuelve sobre el recuerdo, y con voz entrecortada acepta contar algo de lo que ocurrió esa trágica tarde de verano.
"SalÃamos de Catriel, pasábamos por la baterÃa, Ãbamos al pozo que estábamos nosotros y después Ãbamos al equipo 325, a Piedras Negras 13, y ahà viajábamos para el campamento (Catriel)", recuerda Manuel. "Ese dÃa yo vi todo. Toda la maniobra que hizo el muchacho que traÃa nafta en un tarro y fue para desgracia. Era un motorista que andaba en el turno nuestro", relató. Su versión, medio siglo después, coincide con la que dio el chofer Astorga horas después de la tragedia.
El combustible empezó a volcarse por el movimiento propio de la marcha del rodado y el estado del camino. El encendido de un cigarrillo hizo el resto. La llamarada se expandió rápidamente en el interior del micro donde venÃan 35 personas.
"VenÃa en el tercer asiento con Cucharita Sánchez, que era mi socio de pieza. Los que alcanzamos a salir lo hicimos por la ventanilla. Y los que no nos quemamos ayudamos a salir, pero los que estaban ahÃ... sÃ, era espantoso verlos", dijo.
En esa época, Flores pesaba 68 kilos y tal vez su estado fÃsico - "jugábamos al fútbol, perdÃamos todos los campeonatos pero jugábamos igual" - lo ayudó para saltar enseguida. Pero vio la tragedia de sus compañeros. Algunos supervivientes fueron trasladados al Instituto del Quemado en Buenos Aires y murieron allÃ.
"Nos dieron dos dÃas de duelo y tuvimos que seguir trabajando, en el mismo pozo", al tercer dÃa de ocurrido el hecho. "Todos los dÃas la policÃa nos esperaba en la parada y nos llevaba a declarar. Estuvimos como un mes asÃ, antes de ir a cambiarnos, asà como estábamos tenÃamos que ir a declarar". Y más allá de ser sometidos a la revisación fÃsica de los médicos, nunca hubo un seguimiento o ayuda psicológica para nadie.
La noche del accidente, los sobrevivientes llegaron cerca de la medianoche al campamento Catriel. Flores recuerda que los comentarios de ese dÃa eran que el "jefe del campamento de Catriel era el ingeniero ElÃas y le dijeron: "Se prendió fuego el colectivo y piden auxilio". Él habrá pensado "cómo se va aprender fuego un colectivo gasolero" y no creÃa, nunca se imaginó. Después cuando vieron los 13 cadáveres en la playa de estacionamiento se dieron cuenta de la tragedia".
TodavÃa le duele que nadie se acuerde de lo que ocurrió y que nadie proponga un monumento o aunque sea un acto en memoria de la tragedia.
Fuente: Diario RÃo Negro
2022 lecturas | Ver más notas de la sección Notas Destacadas