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“Estuvimos 12 años esperando a que “papá Estado” nos dijera qué teníamos que hacer”

08/05/2018 | ARGENTINA | Ultimo momento | 1332 lecturas | 91 Votos



El exCEO de Shell cumplió dos años como ministro de Energía. Su gestión está signada por la corrección de las distorsiones tarifarias y la restauración de la ley como ordenador de un sistema complejo, normativamente enrevesado y técnicamente agotado. Sus próximos pasos, en un diálogo a fondo.




A fines de junio, se cumplirán tres años desde aquella noche en la que Juan José Aranguren tuvo su cocktail de despedida como CEO de Shell Argentina. Tres años de aquella noche, en la que el frío no amilanó a los cientos de invitados –lo más selecto de lo que, ahora, se llama «Círculo Rojo»– que vieron una versión distinta del homenajeado: relajado, distendido, incluso sonriente. «Juanjo» –como bastaba para que propios y extraños lo identificaran en la industria petrolera– ponía punto final a 37 años bajo bandera de la anglo-holandesa. Los últimos 12 al frente de la filial local, coincidencia cronológica con los tres mandatos Kirchner que, para él, significaron su apellido impreso en 57 carátulas penales iniciadas desde algún despacho oficial. Ya entonces, Aranguren había empezado a colaborar con Mauricio Macri, cuyo sueño presidencial –en esos días– parecía ser exactamente eso, un sueño: las encuestas le daban una intención de voto del 22%, 15 puntos menos que a Daniel Scioli, distancia que las PASO de agosto se encargarían de confirmar. Por eso, más allá de esa vocación de «servicio público» –y no de «dedicarse a la política», como se encargaba él de aclarar–, su plan inmediato para el día después del retiro era el descanso.

No fue lo que ocurrió. Macri resultó electo Presidente. Y confió en Aranguren el flamante Ministerio de Energía y Minería. Le tocó, de entrada, ser uno de los funcionarios con mayor exposición pública, dada la inevitable –y siempre ingrata– tarea de corregir las distorsiones tarifarias, un proceso de elevadísimo costo social y que, a ya dos años de haberse iniciado, todavía está sin terminar. Los aumentos del costo de los servicios públicos (gas, electricidad) y de las naftas –todos, consumos de altísima sensibilidad social– le valen, a marzo último, una imagen negativa neta del 54%, según la Encuesta de Satisfacción Política y Opinión Pública (#ESPOP), elaborada mensualmente bajo el auspicio de la Universidad de San Andrés.

Recibe a Revista TRAMA en su despacho del Palacio de Hacienda, con las ventanas hacia Paseo Colón. Un ambiente mucho más amplio –casi el triple de espacio– de lo que era su austera oficina de Shell, en Diagonal Norte y Perón. Está decorado con pinturas. «Eran del inventario del Ministerio y es lo que me quedó. No peleé mucho», comenta. Aclara que otros ministros ocuparon ese despacho antes que él. «Esto, si no me equivoco, era de Débora Giorgi», refiere.

En el Club del Petróleo, alguien le preguntaba acerca de cómo soportaba situaciones en el plano personal. Era justo en un momento duro de la discusión por las tarifas. Contestó que, a veces, tenía un angelito que le hablaba a un oído y un diablito que lo hacía al otro. El diablito le decía: «Andate a disfrutar de la vida, después del esfuerzo que hiciste». Y el angelito: «Quedate, jugátela por tus nietos». Si tuviese que tomar de nuevo la decisión de ser ministro, dos años atrás, ¿sería la misma?

Políticamente, correcta o incorrectamente, diría lo mismo. Tuve la suerte de contar con educación pública en la universidad. De tener una carrera en una empresa importante a nivel mundial, en la que empecé antes de recibirme y terminé como presidente. Y, durante mi vida, he visto cosas que me hacen decir: «¿Por qué no las podemos hacer mejor? ¿Qué nos pasa como país?». Si hoy preguntamos en la calle cuál fue el mejor gol de (Diego) Maradona en 1986, la gente contesta que fue el de la mano y no el que fue una obra de Dios. Eso dice que los argentinos adoramos la transgresión. Y, así, no va.

Entonces, ¿por qué no podemos estar colaborando para generar condiciones que nos hagan parecernos más a Suiza y no tanto a Venezuela? ¿Es aburrido? Yo prefiero ese aburrimiento y, por lo tanto, después de haber tenido muchos años en el sector privado, unos cuatro u ocho en el sector público, a lo mejor ayuda.

¿Eso quiere decir que si en 2019 Macri sigue, usted está dispuesto a acompañar?

No tiene demasiado sentido discutir eso. El Presidente toma la decisión de convocar a un grupo de gente. Él mismo es un ejemplo de haber dejado una vida que era puramente de disfrute. Después de haber manejado al mejor equipo del mundo, o de haber gobernado dos veces consecutivas la Ciudad de Buenos Aires, tomó la decisión de meterse en un tema que, obviamente, lo pone en medio de un montón de situaciones que tiene la Argentina. Muchos tomamos la decisión de acompañarlo. Él decide quién es el mejor para una etapa o la otra. Restan un año y 10 meses. Y todavía faltan muchas cosas por hacer.

Lleva dos años y tres meses al frente del Ministerio. El 31 de diciembre último, también, concluyó la Emergencia Eléctrica. ¿Cuál es su balance?

Hay que hacer hincapié en cuáles son los objetivos de nuestra administración: asegurar la energía para un país en desarrollo y, por otra parte, controlar el impacto que esa energía tiene en el cambio climático. Estamos haciendo eje en una matriz energética diversificada, con acceso a las distintas fuentes que la naturaleza, sabiamente, le dio a nuestro país. Además, un objetivo fundamental de nuestra administración –y de nuestro ministerio, en particular– es asegurar el cumplimiento de los marcos regulatorios que están definidos por ley.

No hablamos sólo del sector de petróleo y gas, sino de la generación eléctrica en sus distintas fuentes: nuclear, hidroeléctrica, renovables, térmica. Reconociendo que la realidad nos llevaba a intentar evitar los riesgos de un sistema que, por baja inversión durante mucho tiempo, podría provocar algún tipo de impacto en la sociedad. Por ejemplo, tener cortes masivos de electricidad por ausencia de generación.

¿Por qué aclara esto?

Sabíamos que la distribución es un proceso que lograría mejorarse a partir del cumplimiento del marco regulatorio. Es decir, las revisiones tarifarias integrales que, además, dentro del período de cinco años, tendría etapas para cumplir con cierta calidad del servicio. Pero había que actuar rápido con la generación eléctrica. Particularmente, en los equipos de respuesta rápida, que son todas aquellas licitaciones que hicimos de generación de energía eléctrica térmica por emergencia.

Esto no es ponerse ninguna medalla, es simplemente una realidad. Cuando llegamos, en el primer verano, tuvimos un hecho fortuito: camalotes bajaron por el río Paraná, taparon una cámara de agua de Central Puerto y hubo 700.000 usuarios fuera del sistema. El 8 de febrero de este año, tuvimos 26.320 megawatts de demanda a las 15.35 horas y lo suplimos con generación propia, 1.800 Mw de reserva y sin importación.

Pagándolos más caro que, por ejemplo, Chile o México.

Cuando lleguemos a una situación crediticia similar a esos países, seguramente, los precios bajen. Hicimos contratos de 5 a 10 años, justamente, para suplir esa emergencia. Lo mismo sucede con el petróleo y el gas. Sólo que veníamos de escenarios totalmente distintos.

En la Argentina siempre estamos a contramano del mundo. Cuando el precio del petróleo estaba alto, acá estaba barato, durante mucho tiempo. El precio intervenido a partir de derechos de exportación tenía un doble rol: poner un tope al precio en el mercado interno y, al mismo tiempo, recaudar. En agosto de 2014, cuando los precios internacionales empezaron a bajar, los domésticos quedaron por encima de ellos. Si los equiparábamos de golpe, para lograr una baja del petróleo y los combustibles a nivel local, dejábamos a la actividad más crítica de lo que estaba. Por esto, se mantuvo el precio sostén hasta septiembre de 2017, con acuerdos que venían de la gestión anterior. Y los continuamos en 2016 y 2017.

¿Y en el caso del gas?

Al revés. Siempre tuvimos precios por debajo de los internacionales. Por eso, a pesar de que disponíamos de recursos propios para transformar en reservas y producción, importamos entre el 20% y el 25% del gas que necesitamos. Por lo tanto, acá también había que dar señales para que la producción local reemplazara, principalmente, al gasoil, que importábamos en los picos. Después, al LNG (N. de R.: sigla en inglés de «gas natural licuado») que importamos. Es lo que estamos haciendo. Ya no con esquemas que no son los adecuados, como el Plan Gas, que, en realidad, 

lo que hacía era cambiar el precio de una manera en la que no se lo quería decir: precio viejo para la producción vieja y precio nuevo para la producción nueva. Cuando lo hacemos así, ese precio nuevo lo subsidian todos los argentinos y no sólo aquellos que consumen ese gas. Con lo que estamos realizando ahora, prefiero que la recuperación de precios en el residencial la paguen aquellos que lo consumen.

Siendo que fue exitosa la implementación de la Resolución 21 y la 287, que establecieron licitaciones para sumar potencia de energía eléctrica, ¿por qué no se pudo trasladar ese modelo de licitaciones al gas?

Primero, porque hasta 2017 teníamos un esquema. Lo que no quisimos fue desconocer los acuerdos y contratos firmados. En el caso de la generación, era generación nueva. Lo que estamos haciendo con Vaca Muerta, lo que hicimos con Neuquén, con el sur de Santa Cruz y con cualquier otra explotación no convencional que pueda aparecer a futuro es una situación similar a hacer una licitación nueva. Son concesiones que aplican a un esquema que, por otra parte, tiene una clara indicación de precios a la baja. No queremos ver precios continuamente a la suba. Cuando la oferta empiece a igualar a la demanda –y, especialmente, en el verano, cuando haya puja en ver quién deja el gas adentro en vez de tener que explotarlo–, habrá precio a la baja. Ya estamos viendo un precio que puede llegar a subir hasta u$s 6/6,30 el millón de BTU y después empezar, lentamente, a bajar y estacionarse en un Henry Hub de u$s 4 a  u$s 4,5. ¿Por qué no?

¿La recontractualización del mercado de gas es uno de sus objetivos para este año?

Todavía falta, tanto en el mercado de generación eléctrica como en el de gas, lograr el objetivo final, que es la recontractualización, y que no haya ninguna interferencia estatal. En electricidad, que no sea Cammesa el agregador de toda la demanda eléctrica. O el comprador de combustibles. Es decir, que esa capacidad vuelva a los generadores. Lo lograremos a fines de 2019.

¿No lo ve posible para este año?

A la capacidad de comprar gasoil, fuel oil y gas por los generadores la veo para este año. A la recontractualización, para fines de 2019. Pero probablemente haya etapas. No sólo hay que tener en cuenta la generación eléctrica por parte de los térmicos. También, de la hidroeléctrica. Hay que evaluar cuál es el precio que corresponde. Eso está vinculado a un mercado spot que todavía tenemos que definir.

En el caso del gas, iniciamos un proceso que, en este caso, a los efectos de cumplir con la ley, parte de un acuerdo. Hoy por hoy, como autoridad de aplicación, no tenemos más la posibilidad de definir cuál es el precio del gas en el punto de encuentro con el sistema de transporte. Por eso, productores y distribuidores se pusieron de acuerdo y hay una evolución en el precio del gas por cuenca, que están, espero, respetando. Iniciamos un proceso para que, cuando todo el gas esté por encima de esos niveles de acuerdo en cuanto a volumen, empiece un sistema desregulado de definición o acuerdo entre partes. Parte de este sistema es el otorgamiento de permisos de exportación.

Este verano, los dimos con compromiso de reimportación por 12 meses. Calculo que, por la producción que estamos esperando y las concesiones que aplicaron a las Resoluciones 46 y 447 –que es la de Santa Cruz–, nos llevarán a una situación en la que, muy probablemente, estemos en condiciones el año próximo de otorgar permisos, ya sin la necesidad de tener la reimportación como obligación. (...)

Fuente: Econojournal

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