En los últimos 15 años ha habido demandas civiles. Cuando el sol golpea con fuerza estas tierras, en medio de la selva, los caminos sudan petróleo. Lago Agrio, la región que alguna vez fue una selva amazónica virgen, está entrecruzada por pozos petroleros y tuberías construidas por la empresa Texaco hace más de una generación.
Y a lo largo de los últimos 15 años, una demanda civil ha abierto un sinuoso y lento camino por los tribunales, a nombre de más de 125 000 personas que beben, se bañan, pescan y lavan sus ropas en la contaminadas aguas de los afluentes del río Amazonas. Ahora se espera que en el 2009 un juez falle el caso desde su modesta corte en este poblado de la frontera norte del país. Declaraciones de un experto, designado por la corte, sugieren que Chevron, que compró a Texaco en el 2001, será declarada la responsable por los derrames petroleros ocurridos en la zona y el desecho de residuos tóxicos a las aguas.
Si Chevron pierde el caso, podría ser conminada a pagar hasta USD 27 300 millones por daños y labores de limpieza, aunque se esperaría una apelación. El ingeniero geológico Richard Cabrera acepta la mayoría de los argumentos de los demandantes. Es decir, que Texaco dejó un desastre cuando salió del país en 1992. Cabrera recomienda el pago en daños, basándose en 1 401 muertes por cáncer debido a la presunta contaminación.
“Chevron no niega la presencia de contaminación y no negamos que hubo impactos”, afirma el vocero Kent Robertson. Pero Chevron alega que un acuerdo firmado por Texaco en 1998 con Ecuador, tras gastar USD 40 millones en correctivos, lo absuelve de cualquier responsabilidad legal. La empresa afirma, y pocos lo rebaten, que su antiguo socio, la estatal petrolera Petroecuador, siguió contaminando tras la salida de Texaco.
Sin embargo, eso no exime ni libra de responsabilidades a Chevron, asegura la profesora de derecho Judith Kimerling, una ex fiscal en Nueva York, cuyo libro de 1991, ‘Amazon Crude’ o ‘Petróleo Amazónico’, aludió por primera vez a lo que algunos han descrito como un Chernobyl en la selva ecuatoriana. “Dos cosas erradas no hacen una correcta”, señala Kimerling. “Creo realmente que los correctivos que hicieron fueron una farsa”.
Donald Moncayo recuerda que cuando era un niño, Texaco utilizaba petróleo para controlar el polvo en las carreteras selváticas. “Corríamos en las calles que ellos regaban con petróleo”, manifiesta Moncayo. “Nos íbamos a dormir con los pies negros. Únicamente se quitaba con gasolina”.
Las tuberías en la zona conectan los pozos al Oleoducto Transecuatoriano, de 500 kilómetros, construido por Texaco para llevar el petróleo desde la Amazonia hacia los puertos de exportación en la costa del Pacífico. Moncayo, de 35 años, no recuerda momentos en que la tubería no tuviera fugas.
Su madre murió en 1987 de una infección interna, que Moncayo atribuye a la contaminación por petróleo. Ahora él trabaja para los demandantes y lleva a la gente a las llamadas giras tóxicas. Una de las primeras paradas de ese tour es un reciente derrame. Es de poco más de 50 galones, oscuro y viscoso. Los más grandes han sofocado cultivos, matado aves y envenenado al ganado.
En los primeros tiempos de la bonanza petrolera, el Gobierno de Ecuador estimulaba a la población a establecerse en la Amazonia, a fin de poblar esa zona, ofreciendo tierras gratuitas, pero sin que existieran servicios públicos como el suministro de agua.
El Gobierno se aprovechó de la riqueza del proyecto selvático de Texaco y el Producto Interno Bruto creció a más del triple entre 1972 a 1977. Para el día en que Texaco se retiró, el consorcio que encabezaba había extraído casi 1 500 millones de barriles de crudo de más de 350 pozos.
Fuente: El Comercio
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