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Argentina ante el nuevo mercado de petróleo y gas

21/05/2019 | ARGENTINA | Notas Destacadas | 878 lecturas | 114 Votos



Texto de Atilio Molteni, embajador




Tras recuperar la senda del crecimiento, Argentina debería neutralizar y superar más de quince años de retroceso y hacer lo necesario para captar inversiones en el sector, armar una buena infraestructura física y social y mirar con inteligencia al mercado energético mundial. Por Atilio Molteni 

Para tener una idea de lo que realmente se puede conseguir y donde está colocada Argentina en el presente mercado energético global, hace falta un esfuerzo de readaptación productivo y cultural.

Tras recuperar la senda del crecimiento, tal esfuerzo tendría que estar destinado a neutralizar y superar más de quince años de retroceso y hacer lo necesario para captar inversiones en el sector, armar una buena infraestructura física y social y mirar con inteligencia al mercado energético mundial. También entender hacia donde va la demanda tanto de los productos no renovables como la incipiente preferencia por las energías alternativas. Ya no es posible o realista hacer un debate sobre petróleo y gas sin entender el escenario energético global.

Bajo tal perspectiva, es conveniente repasar la versión actual de las energías convencionales.

En términos aproximados, los países productores suministran 98 millones de barriles por día de productos petroleros (Mb/d), de los que 55 millones circulan por el mundo en un mercado muy integrado y de precios relativamente uniformes. Otros combustibles, como el gas, registran variaciones o segmentaciones muy significativas según su origen y el consumo regional. Si se toman en cuenta los aludidos niveles de producción, los expertos calculan que existen reservas por cincuenta años. Las mayores existencias se encuentran en Venezuela, Arabia Saudita y Canadá (la primera y la tercera de ellas relativamente concentradas en petróleos pesados, cuya explotación es técnicamente más compleja, costosa y contaminante).

En 2018, Estados Unidos, cuya economía es aún la más importante del planeta, y consume el 20% de la producción mundial de energía, había alcanzado la condición de ser el mayor productor de petróleo, debido a los avances tecnológicos que lograra en el ámbito de la fractura hidráulica y la perforación horizontal del “shale” utilizadas en la explotación de yacimientos no convencionales y en explotaciones realizadas en aguas de mar muy profundas. Hoy ese país registra una oferta de unos 10 Mb/d, nivel que exige complementar sus usos nacionales con petróleo importado (como necesidad neta). Las proyecciones existentes indican que el país recién se va a convertir en exportador neto de petróleo en 2030. Hoy exhibe ese status respecto del gas natural.

La industria petrolera estadounidense recibe un claro apoyo del Gobierno de Donald Trump, un escenario que le permitió superar las producciones de la Federación Rusa y Arabia Saudita.

La segunda de esas naciones es reconocida por ser el principal y más influyente de los miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), en la que está agrupado el 40% de la producción mundial. Una de las herramientas en que suele descansar la enorme influencia el Gobierno de Rihad en este papel decisorio, es su capacidad de generar rápidos incrementos de oferta por unos 1,5Mb/d. Esta situación le permite a la OPEP manipular los suministros y los precios (siempre y cuando se reúnan los consensos, cada vez menos frecuentes), pues al grupo le resulta más fácil equilibrar o desequilibrar con su oferta el mercado ante los sacudones en la producción de consecuencias directas sobre los precios. Su membresía incluye a naciones como Argelia, Angola, Congo, Guinea Ecuatorial, Gabón, Irán, Iraq, Kuwait, Libia, Nigeria, Catar, Arabia Saudita, Emiratos Arabes Unidos (EAU) y Venezuela.

Tras la reactivación económica posterior a la crisis iniciada a fines de 2007, la demanda energética retomó su tendencia al alza.
Pero en 2014, después de alcanzar precios muy altos, el petróleo bajó a menos de la mitad debido a la sobreabundancia de oferta. Recién en diciembre de 2016 los miembros de la OPEP que no pudieron defender su participación en el mercado se pusieron de acuerdo con otros productores que no integran tal organización (incluida, en ello, a la Federación Rusa), con el objeto de coordinar sus niveles de producción y precios. Esta acción tuvo consecuencias en el mercado mundial, como sucedió en 2018 cuando el barril de las variedades referenciales pasó de US$ 45 a más de U$S 70 el barril.

Hasta ahí la historia tradicional.

Pero a estas horas los analistas identificaron a otros países que se están preparando para ganar posiciones en el futuro abastecimiento del mayor consumo, estimado por Exxon-Mobil en 13% para 2030.

Para la Agencia Internacional de Energía (AIE), integrada por los países miembros de la OECD, los mejor posicionados con esa finalidad son Estados Unidos, Brasil y Canadá y, en menor grado, Noruega, EAU, Irak, Irán y Libia, aunque estos tres últimos están comprometidos por sus respectivas situaciones internas o por la existencia de sanciones internacionales activas. Por otra parte, Guyana se puede convertir en el segundo productor sudamericano después de Brasil, debido a que existen grandes yacimientos cerca de sus costas, en estos días precisamente explotados por Exxon-Mobil.

Como es sabido, los precios del petróleo están condicionados por el nivel de actividad económica, las inversiones y los desarrollos políticos. En enero de 2019, el Banco Mundial estimó el crecimiento del PIB mundial en 2,9% y 2,8% para el bienio 2020-2021. A ello es necesario agregar la incidencia de otros factores como la amplitud de la oferta de energías renovables y el papel indiscernible de la geopolítica. Ejemplos de esto último se encuentran en el fin de la dependencia estadounidense respecto de la producción petrolera de Medio Oriente o el estrangulamiento de la oferta venezolana, hoy afectada la situación política y la falta de inversiones desde 1998, lo que generó la caída de su producción de 3,4 Mb/d a 1Mb/d.

Otros hechos decisivos sobre la disponibilidad y los precios son las sanciones económicas que Washington aplica a la Federación Rusa, Venezuela e Irán, entre otros proveedores que operan a contrapelo de sus enfoques de política internacional. El enfrentamiento con el régimen de Teherán es, como sostuve la semana pasada, muy preocupante. El 9 de mayo el secretario de Defensa interino de Estados Unidos, Patrick Shanahan, reveló que conforme a nuevos planes de contingencia de su país, éste podría enviar 120.000 soldados en caso de que Irán ataque a las tropas estadounidenses o acelere su plan nuclear.

Esta versión fue desmentida por Trump, pero esas negaciones a veces sólo logran un corto recorrido.

Tres días después, “proxies” de Irán dañaron a cuatro petroleros anclados en las costas de los EAU del Golfo de Omán y también se registraron ataques contra instalaciones de Arabia Saudita, lo que indica la posibilidad de tangibles riesgos bélicos en el Estrecho de Ormuz, vía de salida de la producción de los países del Golfo Pérsico hacia el Océano Índico (cuya oferta satisface al 20% del consumo mundial), ya que las acciones pueden convertirse en el teatro de un enfrentamiento armado que tendría consecuencias de gran importancia en los mercados globales de la energía.

La AIE estima que la demanda actual de petróleo va a crecer de 98 a 104,7 Mb/d para 2023, con un sugestivo cambio en la clientela.

Los países donde más crecerá la demanda son los de mayor expansión económica del Asia: China que ahora importa 12,5 Mb/d necesitará 14,4 Mb/d y Rusia podría ser su mayor proveedor como resultado de la ecuación estratégica que desarrollan sus gobiernos para enfrentar desafíos comunes.

La proyección de las necesidades de la India sugiere que ésta pasaría de 0,2 Mb/d a 5,9 Mb/d en el mismo período. Esto significa una nueva geografía de la demanda energética debido a una mayor orientación de los flujos comerciales hacia la región Asia-Pacífico.

Y aunque el sector de mayor demanda va a ser el del transporte, los desarrollos tecnológicos (los automóviles eléctricos van a representar el 15% del parque automotor para 2030), estos desarrollos supondrían un resultado lejano a las ambiciones o expectativas de los ambientalistas, que esperan que la producción de petróleo y gas baje 20% para 2030 y 55% en 2050, para detener el aumento creciente de la temperatura de la Tierra en línea con los hoy utópicos objetivos de Acuerdo de París sobre Cambio Climático. El peligro real es, según el diario The Washington Post del 14 de mayo, es la temperatura que alcanzó el Océano Artico en el noroeste de Rusia, cuyo nivel ya está en los 29 grados centígrados (10 grados por encima de lo que era normal en esta época del año), mientras la concentración de dióxido de carbón (CO2) en la atmósfera fue de 415 partes por millón por primera vez en la historia (hecho que genera un importante efecto invernadero) y demuestra que se está produciendo un cambio significativo en el equilibrio climático.

Argentina no puede ignorar ninguno de los anteriores datos mundiales, ya que el perfil de la energía condiciona al moderno desarrollo sustentable y es un componente fundamental de las acciones para mejorar las condiciones de vida de la población.
Ninguna situación que trabe la llegada de las inversiones necesarias para poner en marcha sus yacimientos convencionales y no convencionales de energía, y aumentar la productividad, debería interferir con estos complejos procesos. En un mundo tan competitivo e interdependiente, el concepto de óptimo nivel de independencia energética, poniendo énfasis en las renovables, como un medio efectivo de respetar el medio ambiente, es algo difícil, pero muy necesario lograr.

Fuente: El Economista

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