Los enormes esfuerzos que realizan los gobiernos, industriales y cientÃficos por romper esa subordinación a las energÃas fósiles empiezan a arrojar resultados promisorios: el mercado global de los materiales de la transición energética duplicó de volumen en el último lustro hasta llegar a 320.000 millones de dólares y la extracción de metales crÃticos aumenta desde el final de la pandemia a un ritmo de 25% anual, para alcanzar un nivel de 40.000 millones. Pero las inversiones y el ritmo son aún insuficientes.
A medida que surgen los primeros progresos de transición energética, se multiplican los riesgos de caer en una nueva adicción tóxica: la dependencia industrial de los llamados metales crÃticos o estratégicos, imprescindibles para la producción de baterÃas eléctricas, turbinas eólicas o paneles solares.
Como ocurre con el gas y el petróleo, esos recursos cruciales para este nuevo ciclo de la economÃa mundial son controlados por un puñado de paÃses que no siempre actúan con espÃritu cooperativo.
El tema es rÃspido, pero comienza a tener una vital importancia porque condicionará nuestra vida con más Ãmpetu que el "oro negro", descubierto en 1859 por Edwin L. Drake en Pithole City, Pensilvania. Un siglo después, en 1974, el venezolano Juan Pablo Pérez Alfonzo describió su importancia geopolÃtica cuando definió ese aceite untuoso como el "excremento del diablo".
Fuente: La Nación
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