
El rumor de una posible reestatización de YPF se lanzó en las últimas semanas. ¿Globo de ensayo, golpe de efecto o planes reales? Sólo lo saben los más encumbrados funcionarios de Nación.
Lo cierto es que nadie lo desmintió.
De todas maneras, la actualidad energética del país merece un debate sobre la posibilidad de que el Estado recupere la empresa más importante que tuvieron los argentinos.
Para ello, es conveniente hacer historia para conocer por qué un país se deshizo de uno de sus principales capitales y emblemas sociales, qué significó YPF, y qué es hoy, tras dos décadas de privatización. Yacimientos Petrolíferos Fiscales fue creada en 1922 bajo la dirección del general Mosconi, quien buscaba la independencia económica de los trusts internacionales. En sus 70 años de existencia, la empresa llegó a contar con todo el personal con experiencia en la industria petrolera doméstica y a integrar toda la cadena del proceso productivo.
Para la década del `70, extraía, directamente o a través de contratos de producción y servicios, casi el 100% del petróleo y el gas. Además, era la que más invertía en exploración y la mayor descubridora de yacimientos. Tenía un parque de refinerías que abastecía el 60% del mercado con su red propia de estaciones de servicio. Esas cifras dejan fuera la verdadera dimensión social de YPF. Muchas ciudades fueron levantadas por la empresa, que construyó barrios, escuelas, cines, hospitales.
ENDEUDAMIENTO FRAUDULENTO
Pero ese pasado de esplendor, como muchos varios aspectos del país, comenzó a sepultarse con el modelo económico de la Dictadura Militar (1976-1983). Gustavo Lahoud, del Instituto de Investigación en Ciencias Sociales de la Universidad del Salvador, sostiene que los militares urdieron una “mecánica de endeudamiento fraudulento en la que la empresa fue intencionalmente involucrada para justificar, entre otras cosas, el carácter deficitario, ineficiente y hasta corrupto de la conducción estatal”.
Bajo grandes mitos, a YPF le armaron un callejón con una única salida: la privatización. En el imaginario social se impuso que la empresa daba pérdidas y que era un antro de corrupción. “No puede decirse que YPF daba pérdidas porque la Dictadura Militar la había utilizado, gracias a su transparente gestión pasada, para adquirir empréstitos del exterior, los cuales no fueron destinados a la misma sino al Ministerio de Economía y, en varios casos, a cuentas bancarias en Suiza de funcionarios militares y civiles de la Dictadura; y, por otra parte, porque el fin de una empresa pública es la rentabilidad social, y no la maximización de ganancias como único objetivo, propio de una empresa privada”, indica Lahoud.
Y asegura que pese al endeudamiento ilegítimo y a utilidades recortadas por la decisión de mantener los precios de los hidrocarburos bajos, “YPF registraba balances con resultados positivos relevantes”. El juez federal Jorge Ballestero, en su fallo del 13 de julio de 2000 en la causa Olmos por la deuda externa argentina, señala que “las empresas públicas, con el objeto de sostener una política económica, eran obligadas a endeudarse para obtener divisas que quedaban en el Banco Central, para luego ser volcadas al mercado de cambios". Agrega que hubo “423 préstamos externos concertados por YPF”. El endeudamiento externo por capital de la petrolera se multiplicó por doce entre diciembre de 1975 y marzo de 1981. Ello sucedió pese a que YPF no necesitaba financiamiento. En los ´80 la petrolera debió lidiar con los problemas de los manejos de la década anterior, aunque mantuvo su protagonismo.
MENEM LO HIZO
Pero el tiro de gracia a la YPF estatal llegó en los `90 de la mano de Carlos Menem, bajo su política de “achicar el Estado”. El proceso comenzó en 1992, mediante la reducción del tamaño de la compañía. Se vendieron activos importantes como yacimientos centrales, áreas secundarias y refinerías. A partir de 1993 comenzó la subasta de acciones. El Estado Nacional conservaba una fuerte presencia en la tenencia de acciones Clase A que le permitía el manejo de la compañía.
En 1998 se privatizó la última tenencia estatal (15%) y el comprador, Repsol, gracias al lobby del Rey Juan Carlos de España, tomó el manejo total de la compañía. A lo largo de 1999 la empresa española compró el resto de las acciones que mantenían el sector privado, las provincias y la Nación, y pasó a manejar el 98,3%. Hoy el Estado mantiene una presencia en el Directorio, pero el manejo estratégico de la compañía pertenece íntegramente al socio privado.
La española tiene el 57,43% del paquete accionario, el Grupo Petersen un 25,46%, cotiza en Bolsa el 17,09% y el Estado tiene apenas el 0,02%. La familia Eskenazi entró en YPF en 2007 al adquirir, con la anuencia del gobierno de Néstor Kirchner, el 15% de una forma poco convencional: mediante un préstamo de la propia Repsol que pagaría con dividendos. El año pasado compró el 10% restante. En las últimas semanas el gobierno de Cristina Fernández decidió presionar a la compañía para que cumpla con las inversiones. Así surgieron los rumores de una posible nacionalización.
UNA EMPRESA DISTINTA
La YPF de hoy es muy diferente a la estatal. Pese a ser la principal petrolera del país, es mucho más chica que hace 20 años. En la actualidad produce sólo el 35% del petróleo y el 25% del gas. Cuenta con el 20% de las reservas de crudo y el 17% de las gasíferas. Sus refinerías procesan el 55% del total del crudo y abastece el 60% del mercado de naftas y gasoil. Sus yacimientos son maduros y tiene pocas reservas no desarrolladas.
Los grandes recursos no convencionales pueden cambiar el panorama, pero aún no son certificados como reservas. En 1998, cuando ingresó Repsol, la ya achicada YPF estaba valuada en 15 mil millones de dólares, con el barril de crudo a 13 dólares. Hoy en día, con el petróleo a 100 dólares, la empresa vale casi lo mismo. Si se comparan los esfuerzos exploratorios, la gestión estatal de YPF realizó en los años `80 un promedio anual de 117 pozos exploratorios, y la gestión privada entre 1999 y 2005 registra un promedio de apenas 26 pozos exploratorios.
Fuente: Diario La Mañana Neuquén
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